viernes, 13 de marzo de 2009

La oruga de kilates

LA ORUGA DE KILATES (Por: Alvaro García García)

Lentamente y de pronto movida por el viento llegó la oruga trazando su propio camino, hasta el lugar más agradable que ella consideró viable para su estadía. Poco a poco fue organizando, limpiando y mejorando su habitad con el más cauto sigilo y sin esperar ayuda alguna.

Pudo percibir que aquellos lares habían estado infectados de nostalgias, pesadumbres, inconformidades y calamidades y que le sería compleja su recuperación y, aunque estaba decidida a transformar el lugar consideraba para sus adentros lo desbastador que se había tornado el inclemente ventarrón al azotar con severidad y sin compasión el complejo y cotidiano ambiente de esa parte del planeta.

Por los destrozos extendidos por doquier la oruga supuso que la vil e insaciable permanencia del inclemente ventarrón había creado incertidumbres por un largo periodo, las señales de abandono latentes por cada rincón de esos contornos establecían la manera como estrepitosamente había logrado menguar las fuerzas naturales hasta hacerlas sucumbir, y arrasar impunemente todo lo que se oponía a su paso en ese espacio expuesto a la esperanza.

Inmóvil, sobre una hoja nacida del entorno en aquella diversa y heterogénea organización, se posó la oruga, y con admirable certeza se dispuso a construir con su mirada, una estructura novedosa que le permitiera ordenar esa realidad que estaba diseñada como un desfiladero. Segura se instaló y trazó acciones precisas que le fueron ofreciendo alternativas para operar por caminos paralelos sobre esa realidad emergente que casi desquiciada se tornaba impaciente antes sus ojos. Sintiéndose asertiva se dejó asesorar por sus apreciaciones.

La oruga, en su acostumbrado silencio y parsimonia habitual, observaba los caminos lineales y equívocos que habían atrofiado cada rincón donde se hallaba ahora y no podía imaginar cómo las alimañas y escorpiones se atrevían a denigrar y crear confusiones con el propósito de socavar sus iniciativas de mejorar esos rocosos y agrestes parajes con sus pequeñas pero precisas acciones, propias de su dinámica cavilación.

Ella se percataba y comprendía de manera global como las alimañas y escorpiones no muy de acuerdo con despejar el entorno, incidían sobre los insectos que deambulaban de un lado a otro sin comprender la esencia de lo que ocurría, ellos manipulados por las viscosas segregaciones que expandían las alimañas y escorpiones permanecían al acecho atraídos por aquellas aromas y desechos y como retribución se manifestaban en continuo movimiento, menospreciando la humilde y sencilla labor que la oruga feliz y llena de alegría y color se posaba entre los ámbitos de la integración.

Interpretaba que las maniobras de todos ellos eran producto de su indefensión ya que se sentían postrados al destino sin tener otras alternativas a donde ir a parar. Dejados al desdén, los incomprensibles residentes habituales aceptaron que la intrusa, paciente y sabia oruga estaba logrando sus propósitos y sin espera se volcaron a intervenir de manera grotesca abucheando, cantando, corriendo, saltando, volando, gritando y retorciéndose del pestilente malestar que los cubría pero en el fondo añorando el regreso del inclemente ventarrón.

Todos los sentían llegar y como notables ayudantes acudían a las viejas triquiñuelas y creencias para maquinar con cuchicheos, risotadas, desaires, despliegue de rabias y prepotentes desplantes e infundir un clima de zozobra, con lo cual solo dejaban escapar su incapacidad y arbitrariedad para recuperarse. Ahora veían los incipientes destellos de una naturaleza colmada de vivacidad y prosperidad que se agigantaba incontrolable.

La oruga aceptó el apoyo de los animales comprensivos que acudieron libremente al amparo de su organización que no era otra que la de acomodar sus vidas a aquella nueva empresa, que se instauraba para estudiar los riesgos y las experimentaciones, procurando establecer en ese mundo de incertidumbre una dinámica de complejidad donde reinara la armonía.
Era incipiente su participación, pero la oruga soportaba que ahora todo ese espacio estuviera alejado de la mezquindad y de la corrupta sapiencia e incomprensión como se manifestaba el inclemente ventarrón.

Sin expresar nada más que la paciencia y la humildad, la oruga abrió el cascaron y apareció una bella mariposa de mil colores y con ella una nueva vida llena de colorido, que emprendió el vuelo, mientras las alimañas y los escorpiones entre sus congojas y desatinos escondieron sus ponzoñas, sorprendidos de la magia que expandía aquella silenciosa e insignificante criatura. La oruga de kilates…

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